Nos adentramos en el parque Huerquehue en busca del
monito del monte (alias monito cui cui), para que, al encontrarlo, le
conversáramos de los dilemas existenciales que brotan los días lunes cuando
suena el despertador, 5.46 de la mañana.
Cruzamos senderos, recorrimos cascadas, atravesamos
lagos, luchamos contra el viento y la lluvia en una búsqueda imparable.
Marcela y Camila fotografiaban el lugar para encontrar
algún rastro de él, mientras mamá se mimetizaba con las ramas de un árbol para
que el monito no se asustara cuando la viera. Papá escalaba las rocas cual
aborigen extinguido de la faz de la tierra, buscando algún nido de monito
arriba de un árbol.
Imitamos su grito CUI CUIII cui CUIIIIII tratando de
llamarlo, de convencerlo que teníamos buenas intenciones, tan solo una charla
de cinco minutos.
Y confieso, monito cui cui, que te esperé en silencio,
sentado en una banca mirando el lago, escuchando el ruido que hace el viento
cuando mueve los árboles. Y pude sentir, estoy seguro de ello, que estabas por
allí escondido bajo alguna hoja, detrás de mí, en silencio como yo, también
mirando el lago y escuchando el viento, guardando ese momento para siempre en
nuestras memorias, para recordarlo cuando nos sintiéramos solos en casa.
Al caer la noche, tú te fuiste a dormir a tu madriguera
con tus monitos chicos a comer los bichos que recolectaron durante el día. Yo
me fui a la ciudad con los monos que visten de corbata, un poco triste por no
encontrarte, pero Francisca dijo "algún
día lo encontraremos, quizás es un mono muy tímido", y me quedé
entonces más tranquilo.
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